jueves, 18 de septiembre de 2008

Un par de aros con piedritas verdes.

El laberinto es tedioso y sólo un puritano suave como diente de león es hábil en perderse. Se dejan caer deseosos ante el primer soplido. Desperdigan sus semillas para ahogarse en ciénagas de espuma. Ellas lo saben: no todos, sólo los puritanos traspasan la cera y llegan al caracol. Ínfimos y hermosos bailan mejor de noche; con un mero firulete pueden hacer de un hombre un prendedor. Impares piedritas verdes rodean a una aún más resplandeciente. Ligeras y en transe, apenas sujetas, danzan en espiral a la deriva del vértigo. Pueden caer y ser aplastadas como migas de pan, ellas lo saben; una vez vueltas a pegar no serán las mismas, ya no las sacarán tan seguido como entonces a bailotear. Ellas lo saben, las han visto mal fijadas y sin brillar. Sin embargo ahí están, enfrentando mareas tropicales y vientos castaños, fuertes y sedosos. Ahí están, adrenalínicas, sostenidas por una tuerquita que aguanta a duras penas pero aguanta porque son un lindo par. No miran hacia abajo y saben, muy en el fondo saben, que si caen siempre habrá un puritano dispuesto a encontrar una tuerquita imposible o un cristal bien verde mar adentro.