viernes, 20 de junio de 2008

Nirvana

El asceta ama hasta sus pelotas. Hasta el hartazgo. Y no duerme él sobre retazos de seda. Mantiene su ego anestesiado ahí en el huequito de una muela ausente. Es encantador cómo se sacrifica el santón con muestras de fuego aguantando toda una vida en una pata y negándole a un ojo (uno solito) otras deidades más carnales, terrenales de igual naturaleza. Es devastador verlo sonreír cuando su condición no es sana. No come, no bebe. Medita ávido sobre la cima de una montaña. Entra en trance, tiene su culo adormecido. Sonidos de tranvía anuncian necesidad. Se retuerce como un saquito de té y a las cuentas de su collar se les une el ombligo formando un pentagrama famélico cargado de un lenguaje fútil. La carne le pesa al esqueleto y el esqueleto punza la carne. Hay amor, hay deseo. Ay, dolor.
Anudado hasta la cresta se mufa y se inflan de ganitas los orificios de su nariz. Acá no hay globo que aguante, acá hay 108 razones por las que descarga y te nombra y te nombra y te nombra y despierta de su letargo. Mueve su viborita al compás del tabú. Se tambalea la viborita de un lado al otro y rompe la cesta. Se extiende en zigzag por el suelo queriéndose enroscar su propio cuello. Metástasis musical. Se yergue saludando al sol y acaba con el hombre escondiendo pruebas del nirvana debajo del tapiz.